Mucha gente ha comentado al Padre Víctor y a mí que desean recibir aquí en la parroquia estudios bíblicos. Ya hemos anunciado que el Padre Víctor y yo vamos a ofrecer estudios bíblicos los domingos de Cuaresma.
También, yo quiero sugerirles que nunca dejen de leer la biblia. La pregunta siempre es; ¿Cómo comenzar? Conozco algunas personas quienes me han comentado que han leído toda la biblia, desde el comienzo hasta el fin. Yo nunca lo he hecho así, y mi observación es que aquellos que han leído la biblia en esta forma todavía no la entienden o están confundidos y frustrados con la biblia.
La frustración se presenta en no entender en principio lo que es la biblia. La biblia no sólo es un libro. Nuestra biblia es realmente una biblioteca; una colección de libros. Es mejor comenzar a entender bien un sólo libro de la biblia; y no todo a la vez. Cada libro de la biblia se escribió como un mensaje completo, aunque a veces hacen referencia a otros libros.
Hay que reconocer que si un católico asiste a misa fielmente, va a conocer toda la biblia, porque cada tres años nosotros leemos casi toda la biblia entera. La leemos por libro y por ciclo. Nombramos los años, “Ciclo A”, cuando estamos leyendo el evangelio según San Mateo; “Ciclo B”, cuando estamos leyendo el evangelio según San Marcos; y “Ciclo C”, cuando estamos leyendo el evangelio según San Lucas. Leemos el evangelio según San Juan en todos los ciclos. El año pasado acabamos de terminar Ciclo A. Ahora estamos leyendo Ciclo B, el evangelio según San Marcos.
Yo recomiendo a la gente quienes me preguntan que deben leer, que por lo menos lean uno de los evangelios por completo. Léanlo con cuidado y por lo menos establezcan un entendimiento de uno de los evangelios por entero. Con el tiempo, uno a va oír todos los evangelios; y casi todos los libros de la biblia.
Yo recomiendo, entonces, que inicien con el evangelio según San Marcos. Es el más corto de todos, y posiblemente fue el primer evangelio escrito. San Marcos acompaño a los dos apóstoles, San Pablo y San Pedro en diferentes viajes. Estuvo con San Pedro en Roma, y fue su traductor. Es posible que mucho del evangelio de San Marcos revele fielmente muchas de las enseñanzas personales de San Pedro, quien pasó tres años íntimos con nuestro Señor Jesucristo durante su ministerio en Israel.
Es muy probable que San Marcos no era judío, sino originalmente griego o romano y pagano, y nacido en una ciudad en el norte de África. Marcos tenía una buena educación. Pero seguramente San Marcos aprendió mucho sobre la religión de los judíos de los apóstoles Pedro y Pablo.
Por ejemplo, San Marcos aprendió que una característica que destacaba a los judíos era su práctica antigua de purificación. Desde los tiempos de Moisés, más de mil años antes del nacimiento de Jesús y los apóstoles, practicaban los Israelitas todo tipo de purificación religiosa. En la misa todavía tenemos la práctica de purificación, donde del sacerdote se lava sus manos antes de la consagración del Cuerpo y Sangre de Cristo. El sacerdote dice,
“Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.”
Los Israelitas, siguiendo las instrucciones de Moisés, practicaban muchas purificaciones; antes de comer, antes de celebrar un sacrificio, después de salir del mercado, etc., siempre en combinación con oraciones y alabanzas a Dios.
También ellos consideraban que muchas cosas eran sucias o impuras. Era importante purificarse después de tocar el cadáver de una persona muerta, o después de tener contacto con un una persona con una enfermedad seria, como la lepra.
Como escuchamos en la primera lectura, Dios dio instrucciones a Moisés de enseñar a la gente que los leprosos deben vivir fuera de la comunidad, y anunciar su condición de lepra diciendo públicamente,
“¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!”
La lepra es una enfermedad muy contagiosa. La separación era muy importante para la protección de la comunidad.
Pero era también una designación sumamente cruel para la persona con lepra. Una vez diagnosticada, la persona era excomunicada, sin posibilidad de contacto o relaciones con sus familiares u otra personas. Por lo tanto era crítico e importante tener a una autoridad oficial para confirmar el diagnóstico de la lepra. No cualquier persona podía excomunicar a un miembro de la comunidad, sólo el sacerdote lo podía hacer. Era la responsabilidad del sacerdote hacer el diagnóstico final. Y, en caso de que la persona leprosa se curara, era la responsabilidad del sacerdote confirmar que la persona ya no tenía lepra. O sea, la única forma de ser reintegrado a la comunidad era con la declaración del sacerdote.
Ahora bien, podemos entender mejor una de las razones por las cuales los judíos se escandalizaron por las acciones de Jesús. Jesús tocaba a los cadáveres. Pero en vez de contaminarse a sí mismo, ¡la vida regresó a la persona y quedó vivo! ¿Qué hay que purificar? Su vida fue restaurada por ser tocado por Jesús.
En vez de ser contaminado por los leprosos, el leproso fue curado por Jesús. Nunca habían visto esto. Jesús no necesitaba purificación. Jesús no se contaminó, sino curó y purificó a los demás.
El leproso mostró mucha fe, fe que los otros judíos no mostraban, cuando se arrodilló ante Jesús y le suplicó,
“Si quieres, puedes limpiarme.”
Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo:
“Quiero, queda limpio.”
Además, Jesús mostró mucha compasión por el hombre, ya curado, y entendió que no todo quedaba restaurado. Jesús sabía que el hombre sufrió la lepra y la excomunicación. ¿Quién le podía reintegrar a la comunidad? ¡Sólo el sacerdote! ¿Quién iba a aceptar al hombre una vez que se presentara a la comunidad sin la decisión del sacerdote? Ya fue declarado impuro y fue excomunicado. Por eso Jesús también le dijo al hombre,
“No cuentes esto a nadie, pero vete y preséntate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que ordena la Ley de Moisés, pues tú tienes que hacer tu declaración.”
Debemos entender que Jesús no sólo quería curar al hombre, sino también regresarlo a su familia y su comunidad. Hasta que terminó su excomunicación, el hombre no pudo ser restaurado. El leproso no tenía la autorización de declararse a sí mismo “limpio”. ¿Quién iba tomar el riesgo sin la declaración del sacerdote?
Jesús no sólo quiere liberarnos de nuestras enfermedades y pecados, sino otorgarnos un lugar seguro en su reino, dentro de la comunidad del reino. Esa es una de las razones críticas del sacramento de la reconciliación, la confesión. A través de la confesión con el sacerdote podemos ser reintegrados a la comunidad, libres de la contaminación del pecado. La comunidad debe insistir entre ellos mismos que todos deben confesarse. Debemos decir lo mismo con respecto al matrimonio en la iglesia. Si se casan Católicos fuera de la comunidad, ¿Que han hecho? Siempre queda sospechoso el matrimonio fuera de la comunidad. Por eso la comunidad insiste en que las parejas se casen dentro de la comunidad, con el sacerdote. Así quedarán como parte de la comunión del reino, y podrán comulgar con la comunidad en el altar: Todos en el reino de Dios. Ese es el plan de Jesucristo para todos.