Entre nosotros cristianos todavía encontramos de vez en cuando unas ideas o creencias que son, en el fondo, paganas. Vivimos en un mundo pagano, secular. Debemos revisar continuamente nuestros conceptos para ver qué tan cristiano somos. Es posible que estemos en error en algunas cosas. Por ejemplo, es muy popular la idea que el cielo para nosotros no comienza sino hasta después de nuestra muerte. Eso está totalmente equivocado, y es muy pagano.
Para nosotros cristianos el cielo comienza con nuestro bautismo. Eso es nuestra fe.
Escuchen con atención otra vez las palabras del “Padre Nuestro” que Jesús nos enseñó.
Padre nuestro, que estas en el Cielo, santificado sea tu Nombre, vénganos tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo.
Juan el bautista anuncio
“el Reino de los Cielos está cerca”
Con frecuencia dijo Jesús,
“el Reino de Dios ha llegado a ustedes” o “el Reino de Dios está cerca”
Desde la llegada de Jesucristo a la tierra, y desde nuestro bautismo, ¡el Cielo ha llegado! ¡El Cielo ya está aquí! No tenemos que esperar nuestra muerte. Somos templos del Espíritu Santo. Ya tenemos a Dios. Para nosotros los bautizados en Cristo, el Cielo ha llegado. La muerte de nuestros cuerpos no es nada. Ya morimos en Cristo. Ya vivimos para siempre en El.
Nuestra tarea principal es ayudar a hacer presente el Cielo en la tierra. Cuando se casan un hombre y una mujer su reto es hacer presente el cielo para su pareja. Cuando se casan en la iglesia, se casan en el cielo, ante la iglesia y ante Nuestro Dios. El reto de los maridos es hacer presente el cielo para sus hijos, comenzando con asegurar que sus hijos se bauticen, y luego conozcan su fe y reciban sus sacramentos como la primera comunión y la confirmación. Así los preparamos a vivir en el cielo, y sobrevivir en el mundo. El matrimonio y la familia deben ser lugares seguros; seguros de cualquier abuso o pecado. Pero no siempre lo logramos, ¿verdad? Permítanme compartir unas experiencias personales.
La mayoría de Uds. saben que yo soy viudo. Pero el obispo me ordeno sacerdote porque no me volví a casar. Decidí ser sacerdote. Soy padre de seis hijos. En una ocasión escuchaba a mis hijos, ya adolescentes entrando a la casa con un chorro de groserías. Yo les llame la atención, y los invite a la sala para una conversación con “Papa”. Yo les iba a dar una lección, y comencé a regañarles. Uno de ellos me interrumpió: “¡Papa! ¡Espérate! A ti también, hemos oído decir cosas iguales y peores Por favor, ¡no seas hipócrita!”
Este comentario me detuvo. Mi hijo dijo la verdad. No era mi lugar darles esta lección, porque mi ejemplo no era tan bueno. Al terminar esta conversación, me sentí cuestionado por mi hijo.
Después de unos días de reflexión, les llame otra vez para tener otra conversación, esta vez desde otra perspectiva. “Mira”, les dije, cometí un error el otro día. Yo estaba equivocado, y Uds. tenían la razón. Pero, este tema es importante. Los invito a examinar el problema de otro punto de vista.”
Yo continúe, “Yo no puedo ser un policía para Uds. de sus hábitos que toman de la calle. Sin embargo, ¿vean Uds. la puerta principal de la casa? ¿Podemos llegar a un acuerdo que por lo menos no vamos a permitir que los hábitos de la calle entren nuestra casa? Juntos vamos asegurar que se queden afuera, al otro lado de la puerta de la casa. Vamos a formar un pacto que el comportamiento de la calle, los malos hechos y hábitos quedan afuera, y que nuestra casa se mantiene libre de cualquier abuso. Libre de abuso quiere incluir abusos de decir groserías, del enojo, envidia, violencia, abuso sexual, de alcohol, drogas, etc. Vamos a formar un pacto familiar y firme que nuestro hogar se mantenga libre de todos estos abusos. ¿Está bien?”
Sin mucha discusión, todos estaban de acuerdo. Desde aquel entonces, con realmente pocas fallas, ese pacto lo respetábamos. Manteníamos nuestra promesa de mantener una casa limpia y en paz.
Mi cuento no termina aquí. Con el tiempo, notaba yo resultados no esperados. Estábamos estableciendo hábitos nuevos en familia, y poco a poco me di cuenta de ellos.
En mi trabajo mi mala lengua se comenzaba a controlarse. Mis hábitos del hogar me estaban siguiendo.
Otro efecto ocurrió en la casa. Mi tarea los sábados era preparar un desayuno grande. Ahora, con frecuencia los muchachos tenían amigos pasando la noche en nuestra casa. Después de nuestra conversación en familia, comencé a notar que más personas bajaban para el desayuno. Yo nunca sabía cuántas personas iban a presentarse para el desayuno. Pregunte a unos de mis hijos, “¿Qué pasa?” La respuesta era que algunos de sus amigos hicieron lo posible para estar fuera de sus casas los fines de semana, y que se sentían “seguros” en nuestra casa. “¿Seguro?” preguntaba yo, “¿seguro de que?” Me respondió mi hijo, “Papa, no sé, pero me comentan que se sienten más seguros aquí en nuestro hogar.”
A travez de los años me he encontrado reflexionando sobre este episodio. Cuando yo inicie la práctica de bendecir casas, compartía esta historia de mi familia. La lección comenzó a ser que una familia bendecía su propio hogar haciéndola un lugar seguro. Juntos tenían que llegar a su propio pacto y decir, “Miran la puerta de la casa. Los hábitos de la calle y todo tipo de abuso deben quedarse fuera de nuestro hogar. Todo comportamiento abusivo tiene prohibido pasar por nuestra puerta y entrar en nuestra casa. Nuestro hogar debe ser seguro para todos, para nosotros como familia y para cualquier visitante.”
Con el tiempo comencé a entender que lo que estábamos haciendo era crear el “cielo” en nuestro hogar. Y cuando logramos hacer presente el cielo, las Gracias de Dios incrementaban. El Espíritu Santo viene a nuestra ayuda. No lo hacemos nosotros, sino con la ayuda de Dios.
Ahora, ¿es éste cielo el mismo que nos promete Jesús, y donde vive el Dios? Bueno, pues, no. Hay un cielo eterno que nos espera. Pero, pues, si! El reino del cielo está aquí! Lo que experimentamos cuando hacemos cielo en nuestras vidas es el cielo verdadero, aunque es una reflexión, la anticipación del cielo eterno.
Cuando experimentemos el cielo en nuestras vidas, debe ser como Jesús estaba enseñando en el evangelio hoy,
El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; Si llega a sus manos una perla de gran valor, se va, vende cuanto tiene y la compra.
O sea, cuando se encuentra una experiencia del cielo, uno no quiere sino esto, más que cualquier otra cosa. Y lo vamos a proteger con todo nuestra fuerza.
¿Qué pasa cuando una pareja descubre que quieren casarse? ¿No observa que ellos dejan cualquier sueño o planes que tenían antes de este momento, y comienzan a enfocarse en su novio o novia como futura pareja? ¡Han encontrado su cielo! Y así comienzan hablar. Y su sueño ahora es crear el cielo para el otro. Todo el mundo quiere vivir en el cielo.
¿Han Uds. observado a un bebe brincando de los brazos de sus papas? Lo han visto. Un infante de uno o dos años, saltando de los brazos de su mama a los brazos de su papa; de papa a mama, de mama a papa, y así sigue. Quizás cansa a los papas, pero es indicador bello del cielo para el niño. Tanto Mama como Papa son el cielo para este niño. Los niños nunca escogen pasar del cielo al abuso; nunca pasan de la seguridad a la inseguridad. Hasta los bebes reconocen al cielo.
El reto para los papas es crear y proteger el cielo para sus niños, y no dejar de crear el cielo para su pareja. Bueno, pues, los papas deben mantener también el orden en casa, porque la casa no es un lugar desordenado donde pueden hacer cualquier cosa que les gusten los residentes, niños o adultos. El cielo es un lugar seguro; seguro de abuso y desorden.
El amor crece y florece en el cielo. El amor muere en el infierno.
Ahora, bien, vamos a observar a nuestra parroquia. La tarea del Padre Víctor y la mía es traer el cielo a la parroquia, para ayudarles a Uds. y a sus familias a experimentar el cielo aquí, y re-enfocarles en su tarea de crear el cielo en sus vidas.
Nuestras herramientas son la Palabra de Dios y los Sacramentos, especialmente la Eucaristía. Donde este Dios, está el cielo. Dios está presente en el altar y en el confesionario. Cuando vienen a la iglesia y a Misa, están participando en el cielo, si lo sienten o no. Aquí recibimos el Pan de Vida para la vida eterna, según la promesa de Jesús.
La semana pasada escuchábamos en el evangelio,
Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos. Un hombre sembró buena semilla en su campo, pero mientras la gente estaba durmiendo, vino su enemigo y sembró cizaña en medio del trigo y se fue.
Cuando el trigo creció y empezó a echar espigas, apareció también la cizaña.
¡Tengan cuidado de lo que Uds. permiten en su hogar! ¡No permitan ningún tipo de cizaña en sus hogares! No permitan ni abuso de la lengua, ni el enojo, ni la envidia, ni el abuso emocional entrar sus hogares; ni la pornografía, ni las drogas, ni el abuso de alcohol. Así protegeremos nuestros hogares y familias del abuso, y guardemos la seguridad del hogar.
Si actuamos así, el amor crecerá, las gracias de Dios aumentaran. El Espíritu de Dios vendrá a vivir entre Uds. ¡El Reino del Cielo está aquí!
Mat 13:24-43